jueves, 22 de marzo de 2018

24 de Marzo - Día de la Memoria

Conmemoración por la Memoria, la Verdad y la Justicia 

Propuesta de Actividades para el aula



Enseñar la alegría

Compartimos el texto basado en "A escola pode ensinar as alegrías da música? de Georges Snyders (1992. Brasil), trabajado en el Encuentro del 9/8/17 para los Distritos I y VI realizado en el CPEM n° 25.


Pensando en los estudiantes que fracasan en la escuela, y que son el centro de nuestras preocupaciones, una forma de apoyarlos podría ser acercarlos a que perciban que la escuela tiene por vocación proporcionar una alegría diferente de los placeres habituales que también se encuentran fuera de ella; que es esta vocación lo que justifica sus exigencias, en tantos casos, difíciles de soportar.
Tomemos una idea bastante simple: que la música es hecha para ser bella y para proporcionar experiencias de belleza y que la belleza existe para dar alegría, la alegría estética, que es una alegría específica, diferente de los placeres que habitualmente disfrutamos, y que constituye uno de los aspectos de la alegría cultural.
¿Qué alegría la cultura nos trae a los adultos que nos proponemos proporcionar a nuestros hijos y a nuestros estudiantes? ¿Qué alegría podemos prometer a esos jóvenes a partir de los esfuerzos culturales que les pedimos que realicen? Una actividad se configura tanto más cultural cuanto mejor esté integrada a un tema esencial de la vida y, de esta manera, al conjunto de la vida. Un pasatiempo se torna más cultural en la medida en que se liga a un proyecto de modificación y de enriquecimiento de la existencia de un todo.
Si bien la intención es procurar una cultura interesada en la alegría presente, real; no hay cultura sin toma de conciencia de lo atroz, de tal forma que la privación y el dolor son partes constitutivas de la cultura. Una cultura progresista que después de tener estimulada la desesperación, apunta a pesar de todo a caminos para su superación, se convierte en el remedio para esa desesperación, ya que contribuye a que tengamos confianza en nuestras propias fuerzas y nos impide que desistamos.
La función más evidente de la escuela es preparar a los jóvenes para el futuro, para la vida adulta, para la vida profesional y para la ciudadanía. Existe el riesgo de que la escuela parezca para los estudiantes como una especie de remedio amargo que ellos deben engullir para asegurar, en un futuro bastante indeterminado, una felicidad que parece bastante incierta.
De ahí surge otra función de la escuela, la que representa una de las vías esenciales para su renovación: considerando que los estudiantes pasan en la escuela tantos años, es preciso que la escuela tenga por tarea vivificar su presente y fortalecerlos en  él. ¿Qué enriquecimiento, qué desarrollo, qué expansión de sus jóvenes personalidades justifican todas las limitaciones por las cuales ellos pasan, y que legitiman los sacrificios que sin cesar les son exigidos?
La escuela no puede ser solamente preparación para el futuro, para la vida adulta, para el trabajo adulto, para la rudeza del principio de realidad. Propiciar una alegría que sea vivida en el presente es la dimensión esencial de la pedagogía, y es preciso que los esfuerzos de los estudiantes sean estimulados, compensados y recompensados por una alegría que pueda ser vivida en el momento presente…..una alegría que además compense las dificultades a través de las cuales deben pasar.
Muchos estudiantes, aún los considerados “sin dificultad”, aceptan como una evidencia pura y simple la idea de que las alegrías ocurren en el espacio extra-escolar y consideran a la escuela simplemente como el local donde deben desplegar una cierta cantidad de tareas prescriptas. No es fácil, ni posible completamente en una sociedad despedazada por conflictos crueles; y se torna más difícil aún cuando tratamos con estudiantes de las clases más explotadas.
Es evidente  que los jóvenes tienen contacto con las alegrías culturales fuera de la escuela: en la TV, en el diálogo con sus pares, en la vida familiar y  en sus múltiples experiencias de la vida. No necesitan de la escuela, ni de los campos de conocimiento, ni siquiera del arte para ello.
La escuela pareciera encontrar su razón de ser cuando espera del joven un salto tan considerable que él no puede realizar con sus propias fuerzas, ni apelando a las fuerzas más o menos iguales de sus pares. ¿Cómo colocar las conquistas humanas al alcance de los jóvenes?, allí está el papel de la pedagogía; y la especificidad de la escuela es ser el lugar del encuentro, de la interacción entre los estudiantes y las obras maestras, teniendo en cuenta que se dan en un determinado momento, en determinadas circunstancias, y con determinado grupo de estudiantes.
El destino de la alegría cultural escolar depende de la relación entre escuela y alegría; ¿seremos capaces de hacer sentir a los estudiantes lo que es obligatorio en la escuela como un camino en dirección a la alegría? A través de la educación artística el alumno es reconocido en su sensibilidad de la misma forma que es reconocido en su inteligencia. Defender la posibilidad de una enseñanza de la alegría cultural presente (y en particular de la alegría estética), también constituye una de las funciones de la escuela; y entre las alegrías culturales que la escuela traza, está la alegría musical.
En el aula de música, tendemos a fomentar el aprendizaje experiencial para que los estudiantes vivencien el hecho musical propiamente dicho; para ello pensamos en actividades relacionadas con la producción musical, individual y colectiva. Aquí se vislumbraría más fácilmente esta cuestión de enseñar la alegría, la alegría de la experiencia musical.
Ahora, pensemos en una actividad diferente con el mismo horizonte. El docente propone a los estudiantes una obra en particular, como objeto de disfrute, con argumentos apropiados. No es imposición de conocimiento y mucho menos transferencia de saberes….aquí no hay conocimientos que lleven directamente a ese disfrute que esperamos suscitar. El docente prepara, reúne los datos que considera adecuados, lleva al estudiante hasta el umbral, en este caso, de la audición de la obra. Al estudiante le cabe insertarse o no en la experiencia musical, ratificarla, recusarla, sufrirla pasiva o indolentemente.
Entretanto, cuando el docente de matemática demuestra que la suma de los ángulos internos de un triángulo suman 180º, en lugar de simplemente medirlos; cuando el profesor de historia indica los progresos a los que arribó el mundo con la abolición de la esclavitud y la proclamación de la igualdad de derechos…¿será que su audiencia estaba un tanto más asegurada?
Los argumentos del profesor de música son menos convincentes, pero es justamente eso lo ejemplar en la situación pedagógica: ninguno de los argumentos trazados se disuelven, desaparecen en las relaciones puramente personales ya que finalmente, es la obra escuchada la que desempeña el papel decisivo. Los argumentos necesitan ser discutidos, certificados, testeados en las relaciones persona a persona que serán creadas entre docente y estudiantes, un lazo de afecto escolar, que es la confianza simultáneamente personal y cultural que el alumno tiene en relación a una personalidad. Aquí se perciben algunos elementos/indicadores: la forma por la cual el docente escucha música da testimonio de la forma en que alguien se torna digno de ella, sin esconder la emoción, pero sin caer en el exhibicionismo. El recuerdo de experiencias precedentes hará al estudiante verificar que su confianza era justificada: tenía prometido que sería bello y efectivamente valió la pena prepararse y volverse disponible para la obra, a costa de algunos esfuerzos de aproximación.
El docente desempeña el papel de “fiador” durante un período en que los estudiantes todavía no tienen experimentado directamente el valor de la obra propuesta. Ese ajuste de las personas, no unido por argumentos sino uniéndose a ellos se vuelve significativamente importante en la enseñanza de la música, y da mucho que pensar cuando se consideran todas las otras asignaturas.



Muestra Artística 2019 - IFD Nº 6