Conmemoración por la Memoria, la Verdad y la Justicia
Propuesta de Actividades para el aula
jueves, 22 de marzo de 2018
Enseñar la alegría
Compartimos el texto basado en "A escola pode ensinar as alegrías da música? de Georges Snyders (1992.
Brasil), trabajado en el Encuentro del 9/8/17 para los Distritos I y VI realizado en el CPEM n° 25.
Pensando en los estudiantes que
fracasan en la escuela, y que son el centro de nuestras preocupaciones, una
forma de apoyarlos podría ser acercarlos a que perciban que la escuela tiene
por vocación proporcionar una alegría diferente de los placeres habituales que
también se encuentran fuera de ella; que es esta vocación lo que justifica sus
exigencias, en tantos casos, difíciles de soportar.
Tomemos una idea bastante simple:
que la música es hecha para ser bella y para proporcionar experiencias de belleza
y que la belleza existe para dar alegría, la alegría estética, que es una
alegría específica, diferente de los placeres que habitualmente disfrutamos, y
que constituye uno de los aspectos de la alegría cultural.
¿Qué alegría la cultura nos trae
a los adultos que nos proponemos proporcionar a nuestros hijos y a nuestros estudiantes?
¿Qué alegría podemos prometer a esos jóvenes a partir de los esfuerzos
culturales que les pedimos que realicen? Una actividad se configura tanto más
cultural cuanto mejor esté integrada a un tema esencial de la vida y, de esta
manera, al conjunto de la vida. Un pasatiempo se torna más cultural en la
medida en que se liga a un proyecto de modificación y de enriquecimiento de la
existencia de un todo.
Si bien la intención es procurar
una cultura interesada en la alegría presente, real; no hay cultura sin toma de
conciencia de lo atroz, de tal forma que la privación y el dolor son partes
constitutivas de la cultura. Una cultura progresista que después de tener
estimulada la desesperación, apunta a pesar de todo a caminos para su
superación, se convierte en el remedio para esa desesperación, ya que
contribuye a que tengamos confianza en nuestras propias fuerzas y nos impide que
desistamos.
La función más evidente de la
escuela es preparar a los jóvenes para el futuro, para la vida adulta, para la
vida profesional y para la ciudadanía. Existe el riesgo de que la escuela
parezca para los estudiantes como una especie de remedio amargo que ellos deben
engullir para asegurar, en un futuro bastante indeterminado, una felicidad que
parece bastante incierta.
De ahí surge otra función de la
escuela, la que representa una de las vías esenciales para su renovación:
considerando que los estudiantes pasan en la escuela tantos años, es preciso que
la escuela tenga por tarea vivificar su presente y fortalecerlos en él. ¿Qué enriquecimiento, qué desarrollo, qué
expansión de sus jóvenes personalidades justifican todas las limitaciones por
las cuales ellos pasan, y que legitiman los sacrificios que sin cesar les son
exigidos?
La escuela no puede ser solamente
preparación para el futuro, para la vida adulta, para el trabajo adulto, para
la rudeza del principio de realidad. Propiciar una alegría que sea vivida en el
presente es la dimensión esencial de la pedagogía, y es preciso que los
esfuerzos de los estudiantes sean estimulados, compensados y recompensados por
una alegría que pueda ser vivida en el momento presente…..una alegría que además
compense las dificultades a través de las cuales deben pasar.
Muchos estudiantes, aún los
considerados “sin dificultad”, aceptan como una evidencia pura y simple la idea
de que las alegrías ocurren en el espacio extra-escolar y consideran a la
escuela simplemente como el local donde deben desplegar una cierta cantidad de
tareas prescriptas. No es fácil, ni posible completamente en una sociedad
despedazada por conflictos crueles; y se torna más difícil aún cuando tratamos con
estudiantes de las clases más explotadas.
Es evidente que los jóvenes tienen contacto con las
alegrías culturales fuera de la escuela: en la TV, en el diálogo con sus pares,
en la vida familiar y en sus múltiples
experiencias de la vida. No necesitan de la escuela, ni de los campos de
conocimiento, ni siquiera del arte para ello.
La escuela pareciera encontrar su
razón de ser cuando espera del joven un salto tan considerable que él no puede
realizar con sus propias fuerzas, ni apelando a las fuerzas más o menos iguales
de sus pares. ¿Cómo colocar las conquistas humanas al alcance de los jóvenes?,
allí está el papel de la pedagogía; y la especificidad de la escuela es ser el
lugar del encuentro, de la interacción entre los estudiantes y las obras maestras,
teniendo en cuenta que se dan en un determinado momento, en determinadas
circunstancias, y con determinado grupo de estudiantes.
El destino de la alegría cultural
escolar depende de la relación entre escuela y alegría; ¿seremos capaces de
hacer sentir a los estudiantes lo que es obligatorio en la escuela como un camino
en dirección a la alegría? A través de la educación artística el alumno es
reconocido en su sensibilidad de la misma forma que es reconocido en su
inteligencia. Defender la posibilidad de una enseñanza de la alegría cultural
presente (y en particular de la alegría estética), también constituye una de
las funciones de la escuela; y entre las alegrías culturales que la escuela
traza, está la alegría musical.
En el aula de música, tendemos a
fomentar el aprendizaje experiencial para que los estudiantes vivencien el
hecho musical propiamente dicho; para ello pensamos en actividades relacionadas
con la producción musical, individual y colectiva. Aquí se vislumbraría más
fácilmente esta cuestión de enseñar la alegría, la alegría de la experiencia
musical.
Ahora, pensemos en una actividad
diferente con el mismo horizonte. El docente propone a los estudiantes una obra
en particular, como objeto de disfrute, con argumentos apropiados. No es
imposición de conocimiento y mucho menos transferencia de saberes….aquí no hay
conocimientos que lleven directamente a ese disfrute que esperamos suscitar. El
docente prepara, reúne los datos que considera adecuados, lleva al estudiante
hasta el umbral, en este caso, de la audición de la obra. Al estudiante le cabe
insertarse o no en la experiencia musical, ratificarla, recusarla, sufrirla
pasiva o indolentemente.
Entretanto, cuando el docente de
matemática demuestra que la suma de los ángulos internos de un triángulo suman
180º, en lugar de simplemente medirlos; cuando el profesor de historia indica los
progresos a los que arribó el mundo con la abolición de la esclavitud y la
proclamación de la igualdad de derechos…¿será que su audiencia estaba un tanto
más asegurada?
Los argumentos del profesor de
música son menos convincentes, pero es justamente eso lo ejemplar en la
situación pedagógica: ninguno de los argumentos trazados se disuelven,
desaparecen en las relaciones puramente personales ya que finalmente, es la
obra escuchada la que desempeña el papel decisivo. Los argumentos necesitan ser
discutidos, certificados, testeados en las relaciones persona a persona que
serán creadas entre docente y estudiantes, un lazo de afecto escolar, que es la
confianza simultáneamente personal y cultural que el alumno tiene en relación a
una personalidad. Aquí se perciben algunos elementos/indicadores: la forma por
la cual el docente escucha música da testimonio de la forma en que alguien se
torna digno de ella, sin esconder la emoción, pero sin
caer en el exhibicionismo. El recuerdo de experiencias precedentes hará al estudiante
verificar que su confianza era justificada: tenía prometido que sería bello y
efectivamente valió la pena prepararse y volverse disponible para la obra, a
costa de algunos esfuerzos de aproximación.
El docente desempeña el papel de
“fiador” durante un período en que los estudiantes todavía no tienen
experimentado directamente el valor de la obra propuesta. Ese ajuste de las
personas, no unido por argumentos sino uniéndose a ellos se vuelve
significativamente importante en la enseñanza de la música, y da mucho que
pensar cuando se consideran todas las otras asignaturas.
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